La vida es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos. Es el bien más valioso y preciado de todo ser humano. En la cultura
humana, siempre ha estado claro el valor inalienable de cada vida humana.
Incluso aquellos que no conocen a Dios o no creen en Él, perciben lo sagrado a
través del milagro de la vida.
Todos los seres humanos
quisiéramos vivir para siempre. Pero a pesar de todo el cuidado que le damos a
la vida, la verdad es que la vida terrena tiene un fin. La muerte es definitivamente
el enemigo número uno del ser humano. Un gran músico de mi país cantaba: el día que vendrá la
muerte para llevarme, la diré “espera que disfrute un poco antes que me
lleves”.
Tal vez para otros la muerte es una necesidad cuando
se está sufriendo de una grave dolencia incurable, pero aun así, nadie quisiera
morir, sino vivir una vida larga y plena.
Incluso los pobres, los que menos tienen para vivir, prefieren vivir en estas
condiciones difíciles en lugar de morir. Así, a los que se suicidan les dicen
que son cobardes.
Así, una de las cosas que
siempre ha cuestionado y preocupado al hombre es su destino final. ¿Qué pasa
después de la muerte? la angustia de no saber exactamente lo que seremos
después de la muerte ha engendrado en la mente de muchos la idea de disfrutar
su vida sin preocuparse del futuro, y también esta otra idea de prolongar su
vida a través de la descendencia.
En efecto, la idea de alargar su vida siempre
estuvo presente en los hombres de todo tiempo. Es que, por supuesto, todos
queremos vivir más años y sobre todo lograrlo a través de ciertas formas de
vida.
Así, en el Evangelio de hoy, Jesús
nos muestra que la búsqueda de la fecundidad propia de los saduceos, no les
permite comprender la naturaleza propia de la resurrección. Para Jesús, el
mundo futuro no es la simple prolongación del presente, sino un mundo
totalmente nuevo. Como parte de la novedad, ya no habrá muerte otra vez. Por
eso no habrá necesidad tampoco de reproducción. En lugar de la reproducción, el
don de la inmortalidad concedida por Dios, como sucede con Ángeles, nos
mantendrá definitivamente en una existencia sin fin.
Para el creyente, la respuesta
de Jesús ilumina este misterio y lo hace vivir en paz, pues ahora sabe que no
existe la muerte sino simplemente una transformación. Si Cristo murió y resucitó,
entonces el hombre creado por Dios y configurado con Cristo vivirá para
siempre. Porque nuestro Dios es el Dios de la vida y no de los muertos. Ahí
está el fundamento de nuestra fe. Dios es una realidad presente y viva que nos
rodea, que se regenera y recrea continuamente y nos impulsa a vivir en
confianza y esperanza. Más allá de las discusiones vacías de los Saduceos, lo
importante es que Dios es Vida y nos invita a vivirla en plenitud confiadamente
por penosa que sea la situación presente.
Sébastien Bangandu, a.a.
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