Lecturas: 1ª lectura: Isaías
26,1-6
Evangelio: Mateo 7,21.24-27
Queridos hermanos y hermanas,
Tener una ciudad fuerte, invencible
para el enemigo, era una de las condiciones más importantes en la antigüedad
para sentirse protegidos y seguros. Sus murallas y torreones, sus puertas bien
guardadas, eran garantía de paz y de seguridad.
Esta creencia antigua todavía
existe hoy en muchos de nosotros y muchos países. Pensamos que estar protegidos
y seguros es tener un país bien defendido y bien protegido, es amontonar
riquezas, tener todas las formas de seguridades posibles. Pero la experiencia
de nuestra vida cotidiana a veces nos demuestra lo contrario.
Podemos tener muchas riquezas
sin gozar de eso verdaderamente, podemos creernos en seguridad pero vivir en el
miedo; y nos vemos atacados sin poder defendernos. Podemos tener todos los
medios necesarios para defender la vida, pero la muerte siempre se queda con la
última palabra. Y los ejemplos son numerosos que demuestren que nuestra
seguridad es sólo una apariencia.
El evangelio de hoy Jesús nos
habla de las contradicciones que siguen actuales hasta hoy en día: Las personas
que hablan continuamente de Dios, pero se olvidan de hacer su voluntad, entre
ellas nosotros mismos; también de las personas que viven en la ilusión de estar
trabajando por el Señor, pero que no lo conocen.
Por medio de estas dos
contradicciones, Jesús quiere denunciar y, al mismo tiempo, tratar de corregir
la separación entre fe y vida, entre hablar y hacer, entre enseñar y practicar.
Para Jesús, hacer la voluntad de Dios nos es otra cosa que escuchar su Palabra y
ponerla en práctica. En efecto, escuchar implica, de una manera o de otra,
actuar; es decir, hacer realidad lo que oímos con nuestros oídos, y tuvo eco en
nosotros.
En efecto, la Palabra de Dios
no es algo vacío, tiene efecto, edifica, solidifica, fortalezca nuestra vida.
Por eso Jesús dice que una persona que escucha la Palabra y la pone en práctica
parece a un hombre que edifica su casa sobre la roca. Jesús es alguien que da
sentido a nuestra vida, que la fortalezca.
Si en la construcción de
nuestra propia personalidad o de la comunidad nos fiamos de nuestra propia
fuerza, de nuestro propio orgullo, nos exponemos a la ruina. Eso sería
construir sobre arena. La casa puede parecer de momento hermosa y bien
construida, pero es puro cartón, que al menor viento se hunde.
El único fundamento que no
falla y da solidez a lo que intentamos construir es Dios. Seremos buenos seguidores
de Jesús si en la programación de nuestras actividades diarias volvemos
continuamente nuestra mirada hacia él que es dador de vida.
Sébastien
Bangandu, a.a.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire