Lecturas: 1a lectura: 1 Sam 8, 4-7. 10-22
Evangelio: Mc 2, 1-12
Queridos hermanos y hermanas,
La fraternidad es un dato importante de la vida humana
y cristiana. En Jesucristo, somos todos hermanos. Este lazo es muy importante,
ya que, hasta tanto nos hacemos niños del mismo Padre. Y de hecho, formamos el
cuerpo del Cristo. Desde entonces, cuando un miembro sufre, es todo el cuerpo
que siente el dolor.
El evangelio de hoy nos relata la fe y la solidaridad
de cuatro amigos y un paralítico que vencen obstáculos insalvables para estar
cerca de Jesús. Suben al techo de una casa con el enfermo en una camilla, abren
un boquete y lo bajan para que el enfermo quede cerca del Señor.
Pero el Señor antes de sanar el cuerpo sana el alma de
la persona que puede estar paralizada por el orgullo, la avidez, el egoísmo, y
luego libera las piernas. Porque para trabajar en el Reino se necesitan
personas liberadas, con una vida nueva.
Los cuatro amigos y el enfermo representan a las
comunidades cristianas de entonces y de hoy, que tienen que enfrentar los
obstáculos y superarlos para no alejarse del Señor; por el contrario, si los
obstáculos nos ganan, quedamos muy lejos del Señor y la comunidad desaparece.
Es necesario encontrar el adecuado balance entre
nuestra fe y la evidencia de esa fe por medio de las obras. La solidaridad es
la expresión de la verdadera fraternidad que debemos vivir como cristianos.
Implica esfuerzo, sacrificio, dedicación y amor por los demás, especialmente
para aquellos que lo necesitan más.
Oremos por fin por todos nuestros hermanos enfermos,
aislados, refugiados y abandonados para que la llegada de Jesús en nuestro
mundo sea para nosotros una gran consolación. Qué la celebración de esta
eucaristía, donde Jesús está presente, nos aporte la verdadera alegría, aquella
que ni el sufrimiento, ni las pruebas, ni las dificultades de este mundo pueden
apartarnos.
Sébastien Bangandu, a.a.
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