Lectura: Juan 18, 1-19, 42
Estimados hermanos y hermanas,
Hoy, viernes santo, estamos celebrando la cruz de nuestro
Señor Jesucristo. En efecto, en nuestra vida ordinaria, la cruz tiene un significado
generalmente negativo, porque nos refiere al sufrimiento, al dolor, a la
muerte. En la época de Jesús, más que el símbolo del dolor, la cruz estaba
considerada como un objeto de suplicio reservado a los criminales, a los
bandidos, los malhechores.
Pero con la muerte de Jesús sobre la cruz, esta
realidad ha cambiado de sentido; se ha convertido en el emblema universalmente
conocido como algo que nos trae la salvación. Así, ya no es un instrumento de
castigo, sino un signo representador de la victoria de la vida sobre la muerte.
En efecto, la vida humana no es un mar tranquilo.
Tiene sus momentos de alegría, de felicidad, pero también sus momentos de
dolor, de sufrimiento. El rechazo, el celo, la angustia, la indiferencia, son
parte de la vida cotidiana del ser humano en este mundo. Sufriendo, Jesús viene
compartir nuestra naturaleza humana hasta sus dificultades.
Con su resurrección dentro los muertos, Jesús nos
muestra que los sufrimientos, el dolor jamás pueden impedir la explosión o el
florecimiento de la vida. Es decir que a pesar de todo, la vida tiene la última
palabra. Jesús, victorioso del dolor y de la muerte nos da la esperanza y nos
enseña a saber sobrepasar el dolor de la vida presente para ser capaces de
mirar la belleza de la vida eterna que nos espera en el reino de Dios.
Que esta celebración reavive nuestra esperanza y nos
dé la fuerza de seguir adelante en momentos de sufrimiento y de dolores.
Comulguemos, pues la vida, celebrando la muerte del Señor que vino para que
todos tuviéramos vida sobreabundante en Cristo.
Sébastien Bangandu, a.a.
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