Lecturas: Primera lectura: Dan 13, 1-9. 15-17.19-30.33-62
Evangelio: Jn 8, 12-20
Queridos hermanos y hermanas,
La liturgia de la palabra de hoy nos habla del
testimonio. Cada uno de los que creemos en el Señor, cada uno de los miembros
de la Iglesia, estamos llamados también a ser testigos de Jesucristo. En
efecto, ser testigo de Jesús es mucho más que haber oído el nombre de Jesús.
Ser testigo es acoger a Jesús y dejarse transformar por él. Es desarrollar una
intimidad con él. Es vivir plenamente su Palabra. Porque no se puede ser
testigo de Jesús, cuando nunca se testifica en la vida diaria.
Por otro lado, el testimonio es algo que es siempre
una tarea urgente para la Iglesia y para todos los cristianos. En la vida
cristiana el testimonio tiene una fuerza de edificación increíble que va más
allá de las palabras. Porque las palabras solas no bastan; hay situaciones
límites en las que sólo cabe el testimonio de nuestra vida.
Acordémonos que el Evangelio, antes de ser escrito,
estuvo proclamado y vivido. También, como lo había dicho el papa Pablo VI:
" el hombre contemporáneo escucha más de buena gana a los testigos que a
los maestros o si escucha a los maestros, es porque son testigos”.
Para ser bueno testigos de Jesús, es importante
dejarse iluminar por su luz. Ya que es su luz que da consistencia a nuestras
palabras y a nuestros acciones. Por otro lado, la luz nos regala descubrir el
bien que podemos desear y el mal que hemos de evitar. En cambio, si no nos
dejamos alumbrar por su luz, nuestro testimonio tendrá menos consistencia.
Es lo que llegó a ambos viejos de los que estuvimos
entendido en el relato de la primera lectura de hoy. En efecto, no siendo
guiados por la luz de Cristo, dieron un testimonio falso contra la inocente
Susana que fue condenada injustamente. Pero la justicia de Dios se manifestó a
través la intervención de Daniel, cuyo nombre significa “Dios hace justicia”.
Nuestra tendencia natural nos lleva a indignarnos con
los dos viejos jueces injustos y con todos los que siguen cometiendo
injusticias y otros actos parecidos. Pero debemos también preguntarnos si
nosotros siempre somos justos, bondadosos, misericordiosos con nuestros
hermanos. Pidámosle a Dios que ilumina nuestra
vida con su Palabra y nos da la fuerza de ser testigos vivos de Cristo,
luchando por un mundo justo y fraternal.
Sébastien Bangandu, a.a.
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