Lecturas:
1ª lectura: Isaías 66, 18-21
2ª lectura: Hebreos 12, 5-7. 11-13
Evangelio: Lucas 13, 22-30
Hermanos
y hermanas,
El
evangelio de hoy es muy fácil comprender ya que nos habla de una realidad que
conocemos muy bien: la puerta. Creo que antes de venir a la misa, cada uno tuvo
que salir de su casa por una puerta. En efecto, la puerta es algo que nos da
acceso a un lugar; nos garantiza la seguridad ya que una casa sin puerta está
expuesta a todo tipo de peligros. El ladrón puede entrar en cualquier momento y
robar sin ninguna dificultad. La realidad de la puerta es también sinónimo de
la libertad, por ejemplo, por una persona que está castigado o que quiere
salirse de una cárcel.
Jesús
nos dice que Él es la puerta. Existen dos tipos de puertas, dos caminos y dos
destinos, las grandes y las pequeñas. Hay dos tipos de caminantes, los pocos y
los muchos. Naturalmente, queremos pasar por una puerta grande porque el paso
es muy fácil. Para Jesús, la puerta grande nos introduce en una vida
desordenada. Una vida que no toma en cuenta la conversión, el cambio de estilo
de vida.
Pero
Jesús nos invita a pasar por la puerta estrecha. Esto requiere esfuerzo,
disciplina, arrepentimiento. Es una llamada a la conversión ya que, para pasar
por una puerta estrecha, hay que liberarse de todo lo que nos impide el paso. Cada
vez que vamos avanzando en el camino estrecho de Jesús, nos indica que nos
vamos uniendo cada vez más a Él, hasta hacernos uno con El Señor. El
arrepentimiento y la fe constituyen el camino que Dios ha dispuesto que
recorramos para alcanzar la salvación.
Normalmente
toda persona si ve dos puertas delante de si, viendo lo estrecho que es una de
ellas y lo amplio que resulta la otra, preferirá entrar por la puerta ancha, ya
que no se va a complicar e incomodarse por esforzarse para entrar por la puerta
estrecha. Y así como el camino de conversión es difícil, preferimos a veces
pasar por la gran puerta que simboliza una vida vacía y desordenada, perdida en
al alcoholismo, las drogas, la mentira, la irresponsabilidad, etc.
Este
tipo de vida nos cierra la puerta de la verdadera vida. Y cuando la puerta de
la verdadera vida se cierra, nos encontramos a fuera de Jesús y él todavía no
puede reconocernos. Y cuando Jesús dice que Él es la puerta, es decir que una
vida sin Él no tiene ningún sentido. Oremos para que seamos capaces de
reconocer la grandeza de la persona de Jesús para poder convertirnos a Él y
vivir una vida nueva.
Sébastien
Bangandu, a.a.
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