Lecturas: 1ª lectura: Hech 14, 21-27
Segunda lectura: Apoc 21, 1-5
Evangelio: Jn 13, 31-33. 34-35
Estimados
hermanos y hermanas,
Aunque
el Eclesiastés afirma que no hay nada de nuevo bajo el sol " (Qo 1, 9),
hablar de novedad siempre atrae un encanto particular y se sigue de cerca. Cada
vez que se habla del nuevo, avivamos al mismo tiempo la curiosidad de nuestro
espíritu ávido. Todo lo nuevo genera mucha expectativa ya que queremos nuevos
productos, nuevos servicios, nuevas maneras de hacer cosas y todo lo que nos
permite enriquecer nuestro estilo de vida.
Jesús,
hombre de su tiempo, se apoya en esta realidad para poner las bases de su
mensaje de amor. Esto es importante ya que Jesús está por irse. Regresa a la
casa de su Padre. Así, no quiere que con
su despedida se disipe el amor en un soplo. Por Jesús, este mandamiento es el
criterio distintivo de la vida de su discípulo. Es un testimonio, con todo el
peso que tiene esta realidad. En efecto, el testimonio es algo de gran importancia
que nos revela que una cosa es digna de crédito.
Jesús
quiere que el amor sea algo que dure, que permanezca en todas las formas de la
vida humana. Porque el tiempo pasa muy rápidamente. Con el tiempo, nos llegamos
a olvidar eventos y cosas importantes de la vida. Vivir la experiencia del amor
implica comprometerse sobre un camino que dura toda la vida. Porque nuestra relación
con Dios no es algo pasajero que exista hoy y que desaparecerá mañana. Dios nos
ama de un amor eterno. Es por eso que Jesús llamó a sus discípulos a quedar en
su amor (Jn 15, 9).
Se
dice que amor con amor se paga. Es por eso que Jesús pide con insistencia a sus
discípulos una respuesta, pidiéndoles permanecer en su amor. Sabemos que antes de
la llegada de Jesús, bastaba amar a su prójimo y odiar a sus enemigos (Mt 5,
43). La novedad de la enseñanza de Jesús reside en el hecho de hacer flexible y
amplía la noción del amor, orientándola hacia un horizonte fraternal y
universal. En lo sucesivo, estamos llamados a amar a la manera de Dios, quien
acoge con cariño y atención a toda
persona, cualquiera que sea su condición. Para Jesús, amar es algo mucho más valeroso
que un sentimiento vacío. Así, Jesús quiere decirnos que cuando la Palabra de
Dios está interiorizada y que el corazón se deja modelar por la gracia que
transforma, el amor verdadero deviene posible.
Lo
que nos hace capaces de amar es el amor que hemos recibido. Es el secreto de la
vida de Jesús, de su alegría y de su impulso misionero. Él sabe que es el «Hijo
amado». Este amor que viene de Dios es la fuente y el modelo del amor de Jesús
por sus discípulos y al mismo tiempo el criterio de su intensidad: «así como el
Padre me amó, yo también los he amado a ustedes». De hecho, como discípulos de
Jesús, seremos capaces de amar verdaderamente, si estamos unidos a Jesús y hacemos
llegar a los demás el amor recibido de él.
Finalmente,
todos sabemos que amar como Jesús no es fácil y que la falta de amor tiene
efectos devastadores en la vida de una persona, pues le impide desarrollarse
plenamente y encontrar sentido a la existencia. Estamos en el mundo con un propósito:
recibir el amor de Dios y demostrarlo a los demás. Dios nos pide que seamos sus
testigos y ayudantes en esa obra. El tiempo pascual es una llamada a la misión.
Amar es una misión noble pero también una gran responsabilidad. Pero no podemos
realizarla sin contar con la gracia de Dios. Oremos para que Dios transforme
nuestros corazones y haga de nosotros testigos de su amor en nuestro mundo.
Sébastien Bangandu, a.a.
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